viernes, 24 de agosto de 2012

EL GAUCHO RIVERO Y MALVINAS-26 DE AGOSTO DE 1833

El 26 de agosto de 1833 se produjo la heroica sublevación de un grupo de gauchos e indios en las Islas Malvinas, acaudillados por el gaucho Rivero, un precursor de la unidad de las banderas de la justicia social y de la soberanía nacional en las luchas populares.

Antecedentes

1833 no fue un buen año para la
Confederación Argentina. Don Juan Manuel de Rosas, a pesar de la ayuda que ha brindado a los Treinta y tres orientales es, todavía, solamente el astuto estanciero de Los Cerrillos; no se ha plasmado aún en plenitud su personalidad de gran caudillo nacional.

Ha finalizado su primer gobierno de Buenos Aires en diciembre de 1832, ha rechazado en varias oportunidades su reelección en la Sala de Representantes, y marcha a la
expedición al desierto.

Lo sucede en el gobierno de la provincia
Juan Ramón Balcarce, un federal íntegro aunque moderado, que empieza por cometer el error de designar ministro de guerra a su primo Enrique Martínez, cabeza de los “lomonegros” y de la política antirrosista.

Al déficit económico público habría que sumar los estragos producidos por las
continuas sequías, y ahora también el reclamo por parte de la Casa Baring del préstamo otorgado durante la administración de Rivadavia en 1824.

La esposa de Rosas, doña
Encarnación Ezcurra, acosada en Buenos Aires, le escribe al brigadier general en campaña: “... lo mismo me peleo con los cismáticos que con los apostólicos débiles, pues los que me gustan son los de hacha y tiza”. Es que se está gestando -misteriosamente, en forma lenta pero firme- la Revolución de los Restauradores.

Mientras, muy lejos de Buenos Aires, se había producido la
usurpación británica a las Islas Malvinas por los marinos ingleses de la corbeta Clío. El capitán Oslow había dejado encargado al colono irlandés William Dickson la administración del archipiélago, y la misión de izar el pabellón británico cada vez que un barco se aproximara a puerto.

El gobernador Luis Vernet había renunciado a su cargo en marzo de 1833 a fin de evitarse problemas con Gran Bretaña; regresó a Buenos Aires, pero siguió desarrollando normalmente, con la autorización inglesa y a través de sus capataces, la administración de sus negocios particulares en la colonia de Puerto Louis.

Desde tiempo atrás, un vivo descontento cundía entre los peones de Vernet, en razón de la explotación a que eran sometidos. Además, la paga se les abonaba no en dinero, sino en vales emitidos por el propio ex-gobernador, y que para colmo Dickson, que oficiaba a la vez de despensero de la colonia, no aceptaba.

Por otra parte, les prohibían matar ganado manso para alimentarse, obligándolos a cazar animales chúcaros. La indignación creció cuando luego de la usurpación se comprobó que los explotadores actuaban en perfecta armonía con los extranjeros que izaban la insignia británica.


La rebelion de los gauchos.

El 26 de agosto de 1833 un grupo de ocho peones, todos analfabetos, acaudillados por el gaucho entrerriano Antonio Rivero, se sublevó y atacó a los encargados del establecimiento, dando muerte a cinco personas, entre ellas al capataz Simón y al despensero William Dickson. Luego se instalaron en la vivienda principal, arriaron la bandera inglesa e izaron la azul y blanca.

En días subsiguientes, el resto de los colonos cuyas vidas habían sido respetadas pudieron escapar y permanecieron refugiados en el pequeño islote Peat. Así, ambos grupos vivieron separados durante varios meses, sufriendo avatares diversos.

Finalmente, los primeros días de 1834, dos buques británicos llegan a la isla Soledad para recuperar la usurpación, organizando una partida armada para capturar a los gauchos, los que a su vez sufren una traición y una deserción antes de huir al interior de la isla.

No les resultó fácil a los ingleses, que necesitaron enviar varias expediciones, pero por fin logran apresar a los peones, engrillarlos y conducirlos detenidos a Gran Bretaña para ser juzgados.

Allí permanecen por varios meses presos hasta que el ministerio fiscal, estudiados los antecedentes del caso, le aconseja al Almirantazgo dejarlos en libertad y embarcarlos de vuelta a Buenos Aires, lo que así ocurre.

Se ha afirmado -aunque sin demostrarlo- que el gaucho Antonio Rivero perdió la vida mucho después, luchando valientemente para la Confederación en el combate de la
Vuelta de Obligado.

Fuentes: la gazeta federal.org

CATEDRA HISTORIA SOCIAL GENERAL.
 

martes, 21 de agosto de 2012

CRONOGRAMA DE LA ASIGNATURA SEGUNDO CUATRIMESTRE DEL AÑO 2012.

Cronograma de clases, segundo cuatrimestre del año 2012.
Historia Social General.

Inicio de clases, Jueves 23 de agosto.
Teóricos y Prácticos, se trabaja 1806-1835.
Y, en la medida de lo posible mencionar Revoluciones Industrial y Francesa, como así también, Reformas Borbónicas, a manera de antecedentes, pero siempre recordando que a partir de la tercer clase comenzamos con textos de Teórico-Prácticos.


Segunda Clase: Jueves 30 de agosto.
Teóricos y Prácticos, se trabaja 1835-1880.

En ambas clases tomar como referencia narrativa el Manual de la Cátedra, ya que las preguntas del primer Parcial también tendrán relación con este texto.

Tercer Clase: Jueves 6 de setiembre.
Teóricos: Proyecto Umbral, Generación del ‘80, Concepciones biológicas e histórico-culturales. Jorge Bolívar. Contexto histórico, breve referencia período 1880-1912 y lectura de Manual por parte de los alumnos.
Prácticos: Fuentes ad hoc.

Cuarta Clase: Jueves 13 de setiembre.
Teóricos: Oscar Oszlak, La Formación del Estado Argentino.
Prácticos: Idem.
Contexto histórico, lectura de los alumnos en el Manual.
Coordinar con Teóricos cómo trabajar los capítulos.

Quinta Clase: Jueves 20 de setiembre.
Teórico: Halperín Donghi: Alberdi y Sarmiento: Constitución, ferrocarriles, inmigración, educación.
Prácticos: Idem, y coordinar con Teóricos qué temas se revisan de estos autores en cada clase.

Sexta Clase: Jueves 27 de setiembre.
PRIMER PARCIAL EN HORARIOS DE PRACTICOS.

Séptima Clase: Jueves 4 de octubre.
Teóricos: Sistemas socioeconómicos, Rofman
Prácticos: Alain Rouquié.

Octava Clase: Jueves 11 de octubre.
Teóricos: Gobiernos Radicales, Manual, Batista.
Prácticos: Clase Obrera, Manual, Parson, hasta 1930.

Novena Clase: Jueves 18 de octubre.
Teóricos: Década Infame, Manual, Sergio Gamboa.
Prácticos: Clase Obrera, Manual, Parson.

Décima Clase: Jueves 25 de octubre.
Teóricos: Las Políticas económicas en la Argentina, Mario Rapoport.
Prácticos: Fuentes a elección de los temas hasta aquí tratados.

Undécima Clase: Jueves 1ª de noviembre.
Teóricos: Discurso de Juan D. Perón en la Bolsa de Comercio.
Prácticos: El ciclo de la ilusión y el desencanto, Gerchunoff y Consideraciones sobre la revolución, Gustavo Franceschini.

Duodécima Clase: Jueves 8 de noviembre.
Teóricos: Perón y los trabajadores, Louise Doyon
Prácticos: Constitución y Pueblo, Arturo Sampay.

Décimo tercer Clase: Jueves 15 de noviembre.
SEGUNDO PARCIAL EN HORARIO DE PRACTICOS.

22 de noviembre:
RECUPERATORIOS

FINALIZACION DEL SEGUNDO CUATRIMESTRE, 29 DE NOVIEMBRE.

Los temas a abordar en cada clase, como así también las fechas de los Parciales, pueden llegar a sufrir modificaciones de acuerdo al criterio de la Cátedra.
De ser así, los y las alumnos serán notificados previamente.

CATEDRA.
HISTORIA SOCIAL GENERAL.

viernes, 17 de agosto de 2012

SALUDARLOS Y SALUDARLAS

SALUDARL@S

BIENVENIDA

Estimad@s alumn@s,  el equipo de Cátedra de Historia Social General les quiere dar la bienvenida formal a este espacio de comunicación con los y las docentes de Historia.
Aquí podrán encontrar publicadas las notas de sus Parciales, como así también dejarnos sus dudas referentes a los textos que contiene el programa de la materia.
Por otra parte oportunamente iremos publicando notas que consideramos de interés, vinculadas con la Historia Argentina, para aquell@s que tengan el deseo de incursionar en un conocimiento un poco mas profundo sobre el pasado y sus repercusiones en nuestro presente.

Sepan que estamos a su entera disposición para atender cualquier consulta inherente a todos los temas que se refieran a nuestra Cátedra; para ello además del chat que contiene este blog, podrán contactarnos personalmente en el día y horarios que se dicta la materia y de este mail que atenderán todos los docentes: historiasocialunlz@gmail.com.

Nos despedimos hasta el próximo encuentro personal o "virtual".
Saludos Cordiales.
Profesor Guillermo M. Batista.
Historia Social

AGOSTO MES DEL GENERAL SAN MARTIN

AGOSTO EL MES DEL GENERAL SAN MARTIN.







Cuando la Patria esta en peligro todo es lícito, menos dejarla perecer".(José de San Martín)


"...Para defender la causa de la Patria no hace falta otra cosa que orgullo nacional..."(José de San Martín)


“La guerra la tenemos que hacer del modo que podamos. Si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos han de faltar. Cuando se acaben los vestuarios nos vestiremos con las bayetitas que trabajan nuestras mujeres, y sino andaremos en pelotas como nuestros paisanos los indios. Seamos libres, que lo demás no importa nada” (José de San Martín en La campaña Libertadora).


“Unámonos, paisano mío, para batir a los maturrangos que nos amenazan: divididos seremos esclavos; unidos, estoy seguro de que los batiremos; hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos particulares y concluyamos nuestra obra de honor. Mi sable no saldrá jamás de la vaina por opiniones políticas; usted es un patriota y yo espero que hará en beneficio de nuestra independencia todo género de sacrificios…” (Carta del Gral. San Martín a Estanislao López - 1819).



"La patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, no le da armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas ofendiendo a los ciudadanos con cuyos sacrificios se sostiene. La tropa debe ser tanto más virtuosa y honesta cuanto es creada para conservar el orden , afianzar el poder de las leyes y dar fuerza al gobierno para ejecutarlas y hacerse respetar de los malvados que serían más insolentes con el mal ejemplo de los militares. La patria no es abrigadora de crímenes". (José de San Martin)


"Cada gota de sangre americana que se vierte por nuestro disgustos me llega al corazón. Paisano mío, hagamos un esfuerzo y dediquémonos únicamente a la destrucción de los enemigos que quieren atacar nuestra libertad. No tengo más pretensiones que la felicidad de la patria. (Carta se San Martín a José Gervasio de Artigas - Capdevilla, Arturo."El pensamiento vivo de San Martín. Bs.As. Edit.Losada 1957)



El Libertador San Martín empleó el término “gaucho” en dos comunicados para referirse a valientes fuerzas patriotas, pero la élite ilustrada porteña, sin embargo, lo suplantó por la expresión “patriotas campesinos” cuando los mensajes se publicaron en la Gaceta ministerial oficial (Cfr. Pérez Amuchástegui, A. J., Mentalidades Argentinas, Eudeba, Bs. As. 1970; Rojas, Ricardo, El Santo de la Espada, Losada, Bs. As. 1950, pág. 165).






SAN MARTIN Y ROSAS (Por Jorge Sulé)

Rosas inicia su segundo gobierno el 13 e abril de 1835 con una mayor recepción popular que la expresada en el primero.La Suma del Poder Público no significaba la anulación del poder judicial. Este siguió funcionando y las causas se canalizaban y terminaban en ese poder. Rosas no podía, ni físicamente ni operativamente, estar en todas las demandas de todo el país. Sí dictó algunas sentencias en materia de delitos políticos o conexos, lo que hoy se llamaría por aplicación de la ley marcial, en la actualidad también en la órbita del poder Ejecutivo; algunos delitos comunes donde sobraba la instrucción del sumario como ciertos homicidios convictos y confesos; robos tomados “in fraganti” y en causas que hoy llamaríamos federales y no correspondían a los tribunales provinciales como el sumario y la sentencia a los asesinaos de Quiroga, arrestados en Córdoba, o la condena de Camila O´Gorman y el cura Uladislao Gutiérrez, arrestados en Entre Ríos, creando así el fuero Federal que perdura en nuestros días. Tampoco dejó de funcionar la Legislatura dictando las leyes correspondientes. No son muchos los casos en que el gobernador, en el uso legal de la Suma de los Poderes, dictó algunas leyes también en casos de urgencia o encontrándose en receso la Junta de Representantes; aunque dichas leyes después se sometieron a consideración del Poder Legislativo.


En la actualidad se dice que existe la división de los tres poderes: sabemos muy bien que la interferencia del Poder Ejecutivo en la Justicia ha sido permanente y hasta la Suprema Corte de Justicia con frecuencia ha sido nombrada a dedo. En cuanto a las leyes, después de Rosas, el Poder Ejecutivo nunca se cansó de mandar proyectos de ley a la legislatura que las mayorías políticas accidentales las sancionaban, algunas sin mayor examen y otras con modificaciones no sustanciales. Rosas hubiese podido mantener la apariencia de un “equilibrio o división de poderes” e influir secreta y eficazmente en la legislación y en la justicia como lo hicieron todos los sucesores constitucionales, pero no era su estilo. No caminó por el andarivel de la hipocresía.Por otra parte, Rosas tenía un respeto sagrado por las leyes y si había de gobernar como dictador quiso que el pronunciamiento electoral y la Ley que le confirió la Suma del Poder lo establecieran precisa y terminantemente.Los empleados públicos eran en su mayoría unitarios; los más comprometidos fueron separados, a los demás se los obligó a llevar la divisa punzó y prestar juramento de fidelidad a la “Santa Causa”.

Manera de obligarlos por vergüenza o por miedo.En el ejército también hubo “purgas”. Separó alos Jefes y oficiales más comprometidos con el partido unitario y a otros les hizo presentar juramento de fidelidad y llevar la divisa punzó. Las cesantías llegaron a la Iglesia, Rosas pidió y obtuvo del Obispo Medrano la separación de algunos curas de cuatro parroquias y sacerdotes de la Curia que se habían pronunciado por el partido unitario. Muy pronto se iniciaron procedimientos para arrestar y enjuiciar a los asesinos de Quiroga. (Los hermanos Reynafé habían huido en distintas direcciones).


San Martín, al tanto de los acontecimientos que se desarrollaban en su Patria, le escribió a Guido otra carta el día 17 de diciembre de 1835, en la que le dijo:


“Grand Bourg cerca de París, 17 de diciembre de 1835“Señor Don Tomás Guido:“Mi querido amigo…hace cerca de dos años escribí a Ud. que yo no encontraba otro arbitrio para cortar los males que por tanto tiempo han afligido a nuestra desgraciada tierra que el establecimiento de un Gobierno fuerte o más claro Absoluto, que enseñase a nuestros compatriotas a obedecer…25 años en busca de una libertad que no sólo no ha existido sino que en este largo período, la opresión, la inseguridad individual, destrucción de fortunas, desenfreno, venalidad, corrupción y guerra civil ha sido el fruto que la Patria ha recogido después de tantos sacrificios. Ya era tiempo de poner término a males de tal tamaño y para conseguir tan loable objetivo yo miro como bueno y legal todo gobierno que establezca el orden de un modo sólido y estable, y no dudo que su opinión y las de todos los hombres que amen a su país pensarán como yo…”



Los conceptos de San Martín guardan una correspondencia total con los acontecimientos que se están sucediendo en el país. En la conciencia del Libertador ya se ha aposentado sin conocerlo, la recia figura del Dictador.En carta a Molina del 27 de abril de 1836 dice sin dudar “…veo con el mayor placer la marcha uniforme y tranquila que sigue nuestro pais: ella sólo puede cicatrizar las profundas heridas que han dejado la anarquía, consecuencia de la ambición de cuatro malvados…”.


San Martín, después de casi dos años del 2° Gobierno de Rosas vuelve a expresar su pensamiento despojado de todo liberalismo, si es que alguna vez lo tuvo, y le manifestó a Guido en carta del 26 de octubre lo siguiente, “…veo con placer la marcha que sigue nuestra patria, desengañémonos, nuestros países no pueden (a lo menos por muchos años) regirse de otro modo que por gobiernos vigorosos…”.


San Martín-Rosas-Patria o Antipatria

Historia Nacional, Memoria e Identidad o Neoliberalismo.

Prof.GB




jueves, 9 de agosto de 2012

12 DE AGOSTO DIA DE LA RECONQUISTA

12 de agosto, Día de la Reconquista

Por agenda de reflexión.
 
Las naciones adquieren su fisonomía en la lucha por su independencia y su integridad, y la nuestra no constituye una excepción. Es que sólo quien se enfrenta a la historia puede dominarla; por el contrario, quien quiere evitarla y pasarla por alto es su prisionero. No comprenderá nada de nuestra historia, pasada y presente, quien no tenga presente esta noción, harto descuidada. A una dura empresa de más de cuatro siglos debemos el ser de la Argentina.
Con el siglo XIX se inicia en Buenos Aires un primer esbozo de vida social refinada. Se traen pelucas de Francia y se empiezan a ensayar torpes y grotescas reverencias en la corte del virrey. El Telégrafo Mercantil se referirá a esos tenderos y contrabandistas puestos a aristocracia aluvional renegando
del que a nadie quita
cortés el sombrero
y que hace diez años
era aquí pulpero.
En Europa, el 21 de octubre de 1805 la flota española es totalmente aniquilada por la inglesa en el desastre de Trafalgar y al año siguiente el emperador Napoleón da el golpe de gracia a los prusianos en la batalla de Jena. Los ingleses alentaban el propósito de aprovechar la decadencia y depresión de España para sucederla en la posesión de sus colonias. Era la coronación de un viejo anhelo, y el triunfo definitivo sobre el espíritu “papista” y católico, un obstáculo para la dominación mundial del naciente imperio británico.

La perspectiva debía ser grata también a muchos en el nuevo mundo, asqueados por el deshonor y la ruina a la que los arrastraba la política de Carlos IV. El más activo de los precursores del propósito independista bajo la protección británica era el venezolano Francisco de Miranda, inquieto personaje de la Ilustración que había actuado en la Revolución francesa y luego como consejero de la gran Catalina de Rusia, lo que prueba sus cualidades persuasivas y la extensión de sus vinculaciones. Un inglés amigo de Miranda y como éste de la rama gran Oriente de la masonería, el comodoro sir Home Riggs Popham [retrato de la derecha], va a intentar la aventura de realizar esas ideas en nuestro Río de la Plata con una escuadra de ocho buques que traía a bordo mil doscientos hombres de desembarco comandados por el mayor general Guillermo Carr Beresford.
El virrey marqués Rafael de Sobremonte, alertado por el gobernador de Montevideo don Pascual Ruiz Huidobro, supuso que los barcos –por su tamaño- no podrían entrar al puerto de Buenos Aires, por lo cual se apresuró a mandar a Montevideo las escasísimas fuerzas veteranas con que contaba la capital del virreinato, y ordenó el acuartelamiento de las milicias populares.
Pero el 25 de junio recibió con gran estupor la noticia de que los ingleses habían desembarcado en Quilmes y se dirigían sobre Buenos Aires. Rápidamente envió para detenerlos a cuatrocientos milicianos y cien bladengues mal armados, que fueron dispersados por el excelente fuego de las baterías inglesas y el de su disciplinada infantería. Despejado el camino, el jefe inglés intimó la rendición de la ciudad. El brigadier Hilarión de la Quintana, a cargo de la defensa, vio la inutilidad de resistir y entregó la ciudad y el fuerte. Entre tanto, Sobremonte se había retirado hacia Córdoba a fin de organizar desde allí el rescate.

El general Beresford tomó posesión del gobierno en nombre de Jorge III y obligó a las reparticiones de la administración a prestarle juramento de fidelidad. Con la facilísima conquista de Buenos Aires, los ingleses creyeron que habían ganado el virreinato para el imperio. Mientras, los habitantes de la ciudad se sintieron consternados y humillados por la derrota, según revelan las memorias de la época, y aun las de los mismísimos ocupantes, quienes advertían el rencor latente bajo las relaciones convencionales. No faltó, por cierto, como el futuro terminaría acostumbrándonos, la facción que trató de congraciarse con el invasor y se ligó a su suerte: ya habían llegado hasta aquí las ideas de Francisco de Miranda.
Sobremonte reunía milicias en Córdoba, Ruiz Huidobro en Montevideo y don Juan Martín de Pueyrredón [retrato de la izquierda] y otros más reclutaban gente en la campaña. Sólo se necesitaba el jefe que coordinara estos esfuerzos dispersos y los organizara para la acción.

1º de julio de 1806. En una celda del convento de Santo Domingo, el capitán de navío francés al servicio del rey de España don Santiago de Liniers y Brémond [retrato a la derecha, abajo, óleo sobre tela, de Rafael del Villar] mantiene una conversación secreta con el prior fray Gregorio Torres. Acaba de llegar a la ciudad. En las últimas jornadas ha permanecido al frente de la batería de la Ensenada, distanciado de los combates que culminaron con la derrota de las fuerzas del virreinato. Está decidido a lanzarse nuevamente a la lucha para liberar a Buenos Aires. Y así lo comunica, con emocionada determinación, al prior de Santo Domingo:
- Estoy resuelto a hacerlo, reverendo padre. Hoy mismo, en el transcurso de la misa, he hecho ante la imagen sagrada de la Virgen un voto solemne. Le ofreceré las banderas que tome a los británicos si la victoria nos acompaña. Y no dudo que la obtendré si marcho a la lucha con la protección de Nuestra Señora.
La promesa no es vana. Nueve días más tarde, y después de ponerse al tanto de los trabajos de resistencia que organizan en la ciudad los grupos acaudillados por Martín de Alzaga, Liniers se embarca en Las Conchas (el actual puerto del Tigre) y se dirige a la Banda Oriental para combinar operaciones con Ruiz Huidobro.
Beresford, entre tanto, exige y obtiene que le sea entregado el tesoro que en el momento del ataque a la ciudad fuera conducido por orden de Sobremonte a la villa de Luján. Una partida de soldados británicos se dirige hacia esa localidad y trae de regreso, en un tren de carretas, los caudales reales. El dinero, que suma más de un millón de pesos fuertes, es entonces embarcado en una de las fragatas de Popham y conducido inmediatamente a Gran Bretaña, inaugurando una larga tradición bicentenaria. Posteriormente será repartido entre todos los jefes, oficiales y soldados que intervinieron en la expedición.
Buenos Aires bulle ya en actividades conspirativas. Numerosos soldados británicos son inducidos a desertar, hecho que obliga a Beresford a lanzar un bando por el cual amenaza con la pena de muerte a todo aquel que incite a sus tropas a abandonar las filas. Alzaga, entre tanto, trabaja activamente junto con sus compañeros, decididos a jugarse el todo por el todo para expulsar a los ingleses. Entre los cabecillas de los grupos que actúan en la ciudad, se destaca Felipe Sentenach, el hombre que pone en marcha el “plan de las minas”, con el cual pretenden volar los emplazamientos de las tropas británicas: el fuerte y el cuartel de la Ranchería (este último ubicado en la actual esquina de Perú y Alsina). Este proyecto no se limita únicamente a una operación contra los ingleses; tiene, también, proyecciones políticas: mientras excavan los túneles, los miembros del grupo señalan que, si la reconquista tiene éxito, ellos, en nombre del pueblo, convocarán a Cabildo Abierto para elegir los jefes que “supremamente han de gobernar hasta que otra cosa se determine por nuestro monarca”. La decisión de eliminar a Sobremonte del gobierno del virreinato surge, pues, con mucha anterioridad a la derrota de las fuerzas británicas. El virrey, con su retirada, se ha ganado el repudio de los criollos y españoles de Buenos Aires quienes, llegado el momento, no vacilarían en derrocarlo designando en su reemplazo al caudillo de la reconquista, Santiago de Liniers.
La acción libertadora se encuentra ya en marcha. Mientras en Montevideo Ruiz Huidobro y Liniers organizan con el entusiasta apoyo de la población las fuerzas que habrán de marchar sobre Buenos Aires, Pueyrredón reúne gran cantidad de paisanos de los partidos de San Isidro, Morón, Pilar y Luján. También de la capital llegan centenares de hombres, ansiosos por participar en la lucha. Pueyrredón establece entonces el punto de concentración en la chacra de Perdriel, propiedad del padre de Manuel Belgrano, que estaba emplazada en los terrenos actualmente ubicados entre el Colegio Militar de la Nación y la estación Villa Ballester.
4 de agosto de 1806, a las nueve de la mañana. En el fondeadero del río Las Conchas reina un movimiento extraordinario. Decenas de pequeñas embarcaciones se aproximan a la ribera provenientes de la Colonia del Sacramento, venciendo a favor de una neblina propicia pero habitual en el invierno local la dificultad de cruzar el río vigilado por los ingleses, y de ellas descienden los soldados de la fuerza expedicionaria de Liniers. El marino francés, que hace ya más de treinta años sirve a la corona de España, da así principio a la marcha que culminará con la reconquista de Buenos Aires. Del gobernador de Montevideo obtuvo seiscientos hombres, la tercera parte soldados regulares y el resto milicianos, que se sumaron a los trescientos marineros, y también a un puñado de franceses de un buque corsario que estaba a la sazón en la capital oriental.
En menos de una hora las tropas terminan la operación de desembarco. Se resuelve pernoctar en el lugar para iniciar el avance al día siguiente. Los soldados deben soportar esa noche una violenta lluvia que, con breves interrupciones, habrá de prolongarse hasta el día 8. Ese temporal tiene decisiva influencia en el desarrollo de las operaciones pues Beresford, que se proponía salir de Buenos Aires para enfrentar a campo abierto a las columnas de los criollos, se ve obligado a permanecer en la ciudad. Desprovisto de tropas de caballería, el general inglés considera imposible marchar a pie con sus soldados por los caminos que la lluvia ha convertido en ríos de barro.
Las tropas españolas y criollas acometen, sin embargo, la dura travesía por el lodazal. Salvo una compañía de dragones y la caballería voluntaria que comanda Pueyrredón, que pocos días antes había sufrido un revés en la chacra de Perdriel, el resto de la fuerza debe marchar a pie. El 10 de agosto el ejército acampó en los Corrales de Miserere (actual Plaza Once), y desde allí le intimó a Beresford la rendición, dándole quince minutos para responder. Ambos ejércitos disponían de poco más de mil efectivos, pero la diferencia estaba en la preparación, adiestramiento, equipamiento, armamento y experiencia. La negativa del jefe inglés dio la señal de la marcha. Liniers dirigió su tropa al Retiro, en cuya plaza de toros (aproximadamente en la actual esquina de Santa Fe y Maipú) se había fortificado el enemigo. Se combatió todo el día 11 desde la madrugada, con gran ardor por ambas partes. Al anochecer, los ingleses –con su jefe a la cabeza, que había dirigido la acción todo el día- se replegaron hacia la plaza Mayor y el fuerte.
En la ciudad, Beresford verifica con alarma la creciente hostilidad de la población. Mientras, por el contrario, Liniers no dejaba de incorporar entusiastas voluntarios. Al caer la tarde, arriba al fuerte el capitán brigadier Hilarión de la Quintana, quien presenta a Beresford una intimación de rendición. Este último la rechaza en caballeresco mensaje y, temiendo un sorpresivo ataque nocturno, atrinchera sus fuerzas en torno de la plaza Mayor. Hombres y cañones son emplazados en el fuerte, la recova y los edificios y calles que rodean la plaza. El temido asalto, sin embargo, no se produce todavía.
Los cañones son arrastrados a pulso, a través del barro, por cuadrillas de muchachos. Toda la ciudad está ya en rebelión. Desde las azoteas y balcones se hace fuego de fusilería sobre las tropas inglesas que intentan abandonar la plaza para salvar al destacamento del Retiro. Allí los hombres de Liniers consiguen aplastar rápidamente la resistencia de los británicos.
Beresford enfrenta ahora una situación desesperada. Desde todas las direcciones convergen sobre la plaza grupos de la fuerza enemiga, avanzando a través de los techos y azoteas. Uno a uno, los puestos avanzados británicos son aniquilados. Es necesario tomar una decisión antes de que sea demasiado tarde. Esa misma mañana Popham baja a tierra y sostiene una dramática conferencia con Beresford. Los dos jefes comprenden que la aventura ha terminado, y que es preciso actuar cuando aún queda tiempo para salvar a la tropa. Resuelven entonces embarcar esa misma noche, en el muelle de la ciudad, a todos los heridos y a las mujeres e hijos de los soldados que, como era común en la época, acompañaban a la tropa en las campañas de larga duración. Las tropas, apenas despunte el día, abandonarán la ciudad y se dirigirán a marcha forzada al puerto de la Ensenada, donde se embarcarán inmediatamente. Sin embargo, el ejército de Liniers y el pueblo de Buenos Aires impedirán que los británicos concreten su propósito.
12 de agosto de 1806. Por las calles que conducen a la plaza Mayor, avanzan en tropel las fuerzas de la reconquista, envueltas en el humo de las explosiones y el retumbar de los disparos. Liniers, instalado con sus lugartenientes en el atrio de la iglesia de la Merced, ha perdido el control de las operaciones: sus soldados, mezclados con el pueblo que pelea a mano desnuda, no escuchan ya las voces de los oficiales, y se lanzan en un solo impulso a aniquilar al enemigo. Un diluvio de fuego se desata sobre las posiciones británicas en la plaza. Allí, al pie del arco central de la Recova, está Beresford, con su espada desenvainada, rodeado de los infantes escoceses del regimiento 71. Esta es la última resistencia.
Las descargas incesantes abren sangrientos claros en las filas británicas. El jefe inglés comprende que ya no es posible continuar la lucha, pues sus tropas serán aniquiladas hasta el último hombre. Ordena entonces la retirada hacia el fuerte. Allí, momentos más tarde, iza la bandera de parlamento.
Volcándose como un torrente en la plaza, las tropas y el pueblo llegan hasta los fosos de la fortaleza, dispuestos a continuar la lucha y exterminar a cuchillo a los británicos. En esas circunstancias, una vez más Hilarión de la Quintana es enviado por Liniers a negociar la rendición. Esta deberá ser sin condiciones. La muchedumbre, terriblemente enardecida, es a duras penas contenida. Se exige a gritos que Beresford arroje la espada. Un capitán británico lanza entonces la suya, en un intento por calmar a la multitud. Pero eso no conforma a la gente y Beresford debe aceptar, aun antes de que sus soldados hayan depuesto las armas, que una bandera española sea enarbolada sobre la cima del baluarte.
Liniers está ahora a pocos metros de la entrada de la fortaleza, aguardando la salida de su rival vencido. Beresford, acompañado por Quintana y otros oficiales, marcha hacia Liniers a través de la multitud que le abre paso. El encuentro es breve. Los dos jefes se abrazan y cambian muy pocas palabras. Liniers, después de felicitar a Beresford por su valiente resistencia, le comunica que sus tropas deberán abandonar el fuerte y depositar sus armas al pie de la galería del Cabildo. Las fuerzas españolas rendirán, como corresponde, los honores de la guerra.

La Reconquista de Buenos Aires
Oleo de 1806 del pintor francés Charles Fouqueray
exhibido en el Museo Histórico Nacional

A las 3 de la tarde del 12 de agosto de 1806, el famoso regimiento 71 desfila por última vez en la plaza Mayor de Buenos Aires. Con sus banderas desplegadas los británicos marchan entre dos filas de soldados españoles que presentan armas, hasta el Cabildo, y allí arrojan sus fusiles al pie del jefe vencedor.
14 de agosto de 1806. En Buenos Aires reina una enorme agitación. Se ha difundido la noticia de que el virrey Sobremonte regresa a la capital, decidido a reasumir el gobierno. Esto para los porteños es inaceptable. Grupos de exaltados recorren las calles, exigiendo a gritos su destitución. Frente al Cabildo, donde se hallan reunidos en asamblea extraordinaria los principales hombres de la ciudad, se concentra una inmensa muchedumbre, dando mueras al virrey y aclamando al héroe de la reconquista.
En el interior del Cabildo la asamblea se desarrolla desordenadamente, bajo la presión de la gritería que llega desde la plaza. Sobremonte debe ser separado del mando, ésa es la opinión multitudinaria. Sin embargo, los funcionarios españoles de la Audiencia tratan de impedir que se concrete esa medida. Para ellos, el virrey no puede ser privado en forma alguna de su cargo, pues eso implicaría un atropello contra la autoridad del rey. Contra esos argumentos se levanta la airada respuesta de varios asambleístas. Uno de ellos, el criollo Joaquín Campana, afirma resueltamente:
-¡Es el pueblo, para asegurar su defensa, el que tiene autoridad para decidir quién habrá de gobernarlo!
Claro, el júbilo de Buenos Aires era inmenso, así como su entusiasmo por el jefe que había decidido la victoria. Liniers aparecía a los ojos de todos como el caudillo natural, como el conductor providencial y necesario. A ello contribuía, sin duda, la subsistencia del peligro, ya que la escuadra inglesa continuaba dueña del río y esperando refuerzos para intentar el desquite.
En la plaza la agitación degeneró en tumulto. Juan Martín de Pueyrredón se asomó a los balcones del Cabildo e incitó a la multitud a exigir la entrega inmediata del poder a Liniers. La gente se arremolina y atropella contra los guardias que custodian las entradas del edificio. Muchos consiguen irrumpir en el recinto donde se celebra la reunión, y exigen enardecidos que se proceda sin más trámite a acatar la voluntad popular.
En medio del desorden, los miembros de la Audiencia abandonan el Cabildo, para provocar, con su ausencia, la disolución de la Asamblea. No logran, empero, su propósito. Los que permanecen en el edificio ponen término a la discusión y designan a Liniers jefe militar de la ciudad. Al tener noticia del nombramiento, la multitud estalla en una ovación ensordecedora. Así, la jornada del 14 de agosto marca el fin de toda una época. El pueblo de Buenos Aires, al imponer la designación de su caudillo ha ejercido por primera vez su soberanía.

El escudo de Buenos Aires luego de las invasiones inglesas
A partir de entonces, Liniers desplegó una extraordinaria actividad, dando muestras de sus dotes de organizador. El aristócrata ligero y un poco escéptico, dado al ocio y a los placeres, se engrandecía ante la responsabilidad, como es corriente entre los ejemplares de raza. En once meses convirtió a una población de tenderos y contrabandistas en una verdadera república militar. Formó distintos cuerpos de infantería, agrupándolos por sus orígenes locales o raciales, seis escuadrones de caballería y un cuerpo de artilleros. El caudillo crea así un nuevo ejército que nada tiene que ver con la fuerza profesional que hasta entonces existía en el virreinato. El suyo será un ejército popular, una milicia con sus jefes y oficiales elegidos por la propia tropa, y que es el origen de los grados de toda la oficialidad del ejército de la Independencia.
El enemigo fondeado en la boca del estuario, a la vista de Montevideo, siguió recibiendo refuerzos de Inglaterra, de tal forma que a mediados de 1807, la ciudad debió hacer frente a una flota de veinte barcos de guerra y noventa transportes y a un ejército de desembarco de doce mil hombres aguerridos, con caballería y la mejor artillería de la época, bajo el mando del general John Whitelocke. Para oponérsele, Liniers contaba con ocho mil seiscientos combatientes. Menos de la décima parte eran veteranos y su equipamiento lastimoso.
Pero, claro, también contaba con un pueblo de pie.
Muchos años después Manuel Gálvez en una novela iba a revelar el arma secreta de la eficacia de la resistencia criolla ante la superioridad militar británica: Decía uno de sus personajes que ante la prepotencia de la herejía inglesa resultó imbatible la combinación armónica pero explosiva entre el rezo del santo Rosario y el aceite hirviendo.
Como hace doscientos años, en medio de la densa neblina de la confusa alborada actual, una vez más el pueblo argentino debe ponerse de pie para reconquistar su destino, su vocación y su patria. Un puñado de patriotas deberá encarnar el llamado y convocatoria a tal suceso. Y este magno acontecimiento, como hace doscientos años, parirá necesariamente una nueva jefatura nacional. Cuando ocurra, igual que hace dos siglos, la Providencia acompañará semejante pronunciamiento, aunque más no sea embarrando la cancha del enemigo. El Espíritu sopla donde quiere, pero protege siempre las causas nobles.